Según investigaciones científicas, se sabe que con el paso del tiempo los animales que habitan en islas tienden a hacerse más grandes, o contrariamente, reducen su tamaño. Uno de los casos más conocidos de este fenómeno es el de los dragones de Komodo (Varanus komodoensis), que llegan a medir unos cuatro metros de largo, o los desaparecidos moas (Dinornithidae), unas aves de Nueva Zelanda que alcanzaban los tres metros de alto, las cuales suplieron el papel de los grandes herbívoros y se extinguieron sobre el año 1500.
Moas gigantes de Nueva Zelanda.
Las primeras conjeturas que explicaron estas evoluciones insulares fueron expuestas en 1964 por J. Bristol Foster, un biólogo de la Universidad de la Columbia Británica, en su trabajo “Evolución de los mamíferos en las islas” para la revista “Nature”.
Investigó a más de 116 especímenes de islas de Europa y América del Norte, creando unas listas donde comparaba cada animal con sus familiares continentales y determinaba si habían crecido o menguado de tamaño. Llegó a la conclusión de que los roedores aumentaban de tamaño, mientras carnívoros, artiodáctilos (ciervos, cerdos, jirafas) o lagoformos (conejos) empequeñecían.
El dragón de Komodo.
Así nació la regla de Foster para el mundo de la biología. Según Foster, en los terrenos insulares existe menos competencia y depredadores debido a que existen menos especímenes. Esto otorga a los roedores grandes una superioridad en el terreno, mientras que para otros animales (ej. artiodáctilos), el ser pequeño supone una ventaja en su evolución al no perjudicar los acopios de alimentos.
Estos primeros esbozos fueron completados por otros entendidos, como Ted J. Case, de la Universidad de California (San Diego), que añadieron algunas excepciones a las normas de Foster. Así, los animales pueden modificar su tamaño dependiendo de la cantidad de energía que pueda lograr en su hábitat y sólo podrán crecer hasta el límite donde su tamaño no obstaculice otras circunstancias, como podría ser la aptitud para volar.
Los dragones de Komodo son lagartos que viven en algunas islas de Indonesia y pesan unos 150 kilos, convirtiéndose en el mejor ejemplo de gigantismo insular. Un reciente descubrimiento abre un nuevo interrogante, ya que se ha descubierto en Australia un lagarto pleistocénico de siete metros del que podría ser descendiente este menudo dragón de Komodo.
Otros animales que presentan un crecimiento desmesurado podrían ser los wetas de Nueva Zelanda, unos insectos del tamaño de una rata. Otros animales pueden explicar su crecimiento por otras causas, como la tasa metabólica de las tortugas laud (Dermochelys coriacea), que llegan a sobrepasar los 2 ó 2,4 metros.
Los wetas suelen medir 10 centímetros.
La tortuga Laud es la más grande de su especie, llegando a pesar de 500 a 800 kilos.