Erase una vez que Dios estaba terminando de crear el universo, pero todavía le quedaban unas cosas por repartir, así que quiso hablar con Adán y Eva.
Les contó que una de las cosas que aún le quedaban era algo que permitiría, a quien lo tuviera, hacer pipí estando de pie. «Realmente es una cosa muy útil», les dijo Dios, «y estaba pensando si os interesaba a alguno de ustedes».
Adán empezó a dar saltitos y le imploró, «¡Yo quiero eso! ¡Dámelo a mí, porque yo sé cómo emplearlo! Me parece que es justamente la clase de cosa que un hombre debe poder hacer. ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favooooor! ¡Yo quiero ese regalo!». Y siguió pidiendo, mientras tiraba de una de las mangas de la túnica de Dios como un chiquillo caprichoso.
Eva sonrió complaciente al ver esa escena y le comentó a Dios que si Adán ansiaba tanto eso, debería entregárselo a él. De manera que Dios le dio a Adán la cosa que le permitiría hacer pis de pie, y que lo tenía tan emocionado. Apenas se le entregó, Adán fue corriendo a probarlo sobre un árbol, y después escribió su nombre en la arena mientras se reía a carcajadas, encantado de las posibilidades que le brindaba su regalo.
Dios y Eva lo estuvieron observando un rato, y entonces Dios le dijo a Eva, «Bien, aquí te entrego otra cosa que tengo para repartir, y que creo que te pertenece». «¿Y cómo se llama?», preguntó Eva. «Cerebro», dijo Dios.