Los metales preciosos, principalmente la plata de América, fueron el nervio financiero de todo el imperio durante más de un siglo. La mejora de los aspectos técnicos de la extracción, especialmente de la amalgamación del citado mineral, fueron fruto del sostenido estímulo por parte del poder real, que era el principal beneficiario de la producción.
Las minas de plata de Guadalcanal y de mercurio de Almadén en la Península, las respectivas de Zacatecas y Huancavelica en México, o la de Potosí en Perú, fueron escenario de importantes prácticas científicas.
El beneficio (las sustancias útiles) de la plata se obtenía gracias a la aplicación de métodos ya conocidos pero perfeccionados, como el beneficio “de patio” (debido a Bartolomé de Medina), o a métodos nuevos, como el beneficio de “cazo y cocimiento” (puesto en marcha por Álvaro Alonso Barba).
El trabajo de los “ensayadores” (los que probaban la calidad de los metales) se mantuvo en un nivel empírico, pero produjo resultados materiales rentables e incluso obras científicas de enorme influencia como El Quilatador de la plata, de Juan Arfe (Valladolid, 1572), si bien fue en los manuscritos que circularon en la época donde hay que buscar la verdadera riqueza de este importante sector tecnológico.
Ingenio minero de Trujillo, en Perú.
Los metales preciosos de América fueron el principal recurso financiero del Imperio. El perfeccionamiento de las técnicas de extracción, sobre todo de la amalgamación de la plata, hizo posible su rentabilidad.
Mineros de Potosí, grabado de Theodoor de Bry en Historia Americae Sirve Novi Orbis, de 1596.